9 jun 2008

# 019


Perdonen que todavía crea en los sueños, que piense que para cambiar el futuro hay que currarse el presente.
La semana pasada hemos vivido la Feria del Libro y a pesar de considerarme una persona amante de la cultura, trabajador de la cultura, debo reconocer que hace ya muchos años que sólo compro los libros estrictamente necesarios para mi trabajo, y por una razón física, porque no me caben en el espacio en que me desenvuelvo.
Como consecuencia cada día añoro más el placer de la lectura, el placer del tiempo, porque leer es consumirlo en descubrir otros mundos, otras emociones de la mano sensible del autor de turno.
Considerando estas cuestiones deambulo por la feria con la sensación de que aquello se queda chico. Que ya no es sólo la excusa del libro y la lectura las que justifican su existencia sino que hay suficientes argumentos para apostar fuerte por otra cosa.
En este hoy tecnológico los contenidos literarios se transmutan y se expanden bajo formas inesperadas. Igual que las artes se mezclan y el mestizaje inunda la música, los soportes, los contenedores y las estrategias de promoción también evolucionan, como han de hacerlo estas románticas ferias.
Es preciso revisar, preguntarse por el sentido de lo que hacemos, el por qué de su nacimiento y por su sentido actual. Y es evidente que a estas alturas la gente no va a la feria a comprar libros, que también, sino que sale a encontrarse con el ambiente acogedor de la cultura, con "su gente".
Y se queda pequeña —entre otras razones conceptuales— porque el escenario para la música crece y crece hasta ocupar gran parte del parque. Con su crecimiento y con el de la terraza del bar, casi no queda espacio para los espectadores de los conciertos. Todo un símbolo, porque —seamos sinceros— la mayoría vamos a tomarnos una cervecita y a escuchar el concierto de turno, de paso igual cae un libro.
Así las cosas, me pregunto si no sería oportuno también una feria de la música, dado el gran número de personas de la ciudad que viven de ella o la practican. Piénsese, no sólo en grupos musicales pop, rock, flamenco y otros géneros, tenemos además coros, escolanías, todo un mundo relacionado con el conservatorio, tiendas de instrumentos, equipos de sonido, etc, que con toda seguridad superan ampliamente al gremio de los libreros. Sumemos toda la gente y empresas relacionadas con la cultura, las artes plásticas, el diseño, el cine, el teatro, etc, y las cifras se disparan.
Se necesita, por tanto, muy poca materia gris para deducir que se hace necesario aglutinar toda esa oferta en un sólo evento, en una gran Feria de la Cultura y extenderla hasta la futura vecina plaza de Maximiliano Macías del Hernán Cortés. Habremos creado un evento cultural de primer orden como antesala del Festival de Mérida.
¿Se atreven?

2 jun 2008

# 018


Pasaron las graduaciones del curso 20007-2008. Ya saben, otra moda que se nos cuela entre las piernas. Yo estuve en la de mi hija menor, con lo que a estas alturas me he tragado cuatro graduaciones, dos de eso y dos de bachiller.
El protocolo y los escenarios varían muy poco, casi nada, cada año, en cada centro. En éste —mientras los jóvenes se fustigaban con el látigo de los recuerdos de las horas, los viajes y las fiestas vividas, en forma de audiovisual — descubrí que lo que en esos momentos sucedía era —o podría ser— una clara referencia del nivel de desarrollo alcanzado por nuestra comunidad, en los 25 años recientes, respecto al resto de las autonomías, de Europa y del mundo.
¿Pretenciosa apreciación?, probablemente, pero sucede a veces que grandes descubrimientos nacen de observaciones que parecen intrascendentes, nimias a los ojos de cualquiera.
En resumidas cuentas, a pesar del liderazgo en el número de ordenadores por aula, a pesar del Linex, la realización audiovisual de la ceremonia de graduación se limitó a emular la cadencia de un pase de diapositivas convencional con unas gotas de musiquita. Nuestros hijos recién graduados, los hijos del desarrollismo autonómico, sencillamente han cambiado el rudimentario proyector de diapositivas que sus padres emplearon, por el digital.
Me gustaría asistir —si las celebran— a esta misma ceremonia en un centro de enseñanza catalán. Estoy seguro que en las promociones recién graduadas habrá un alto índice de jóvenes que —con 17 añitos— tienen la preparación suficiente para realizar dicho audiovisual de manera casi profesional, empleando un variado repertorio de software y hardware y con una creatividad destacada.
En estos tiempos las claves del desarrollo cultural y social, el alfabetismo, pasan por el grado de evolución de la cultura audiovisual de los ciudadanos. La lectura y la escritura eran las referencias que antiguamente empleaban los gobiernos, y de las cifras resultantes huían como de la peste.
Ahora los gobernantes desconocen la vara de medir, ahora el poder radica en la capacidad para estimular al consumo y los bajos instintos de la audiencia mediática. Las grandes corporaciones audiovisuales están imponiendo, de manera global, un feroz analfabetismo.
Cuando los políticos decidan quitarse —quizás demasiado tarde— la máscara impuesta por el mercado y midan el progreso por los valores que realmente lo definen, se encontrarán con que el analfabetismo ha alcanzado cotas descomunales en todo el viejo planeta.
La necesaria alfabetización audiovisual no es poner canales de televisión por todas partes, significa lo que siempre ha significado, facilitar a la gente el camino para alcanzar un pensamiento crítico, cambiar —sencillamente— la posición de los bancos del parque para dialogar mirándonos a los ojos y hablándonos de frente.