24 sept 2007

# 011


Trecenario de Santa Eulalia. Lunes día 17 de septiembre, 20,45 h. El templo de Santa Eulalia está rebosando de gente. Nada extraordinario, aparentemente, si no fuera porque el noventa y nueve por ciento de los asistentes son mujeres.
"La Iglesia Católica afirma que Dios queda fuera de los géneros masculino o femenino, porque no es un ser humano, sino divino. Si en muchas ocasiones se le ha representado como un hombre, se debe a las limitaciones del arte" (http://www.opusdei.es/art.php?p=10391) .
Ellas están fuera de toda norma, fuera de toda representación. Son los pilares sobre los que pivotan el entramado social que el homo sapiens ha desarrollado durante miles de años de existencia.
Pero ¿a qué acuden al templo las mujeres? Al lugar en el que un hombre, vestido con ricos ornamentos, proclama las virtudes de una —otra— mujer convertida en mártir y santa?
Las religiones están llenas de misterios y de ministros, de hombres que intermedian entre lo terrenal y lo celestial, como árbitros de un hipotético partido entre lo imaginado y lo real, entre lo sensible y lo tosco, entre cándidas vírgenes y matronas agobiadas por el peso de la dieta o los ronquidos cerveceros del pariente.
¿Las mujeres rezan en el templo con la misma necesidad que el hombre vocifera en el campo de fútbol insultos al árbitro?
¿Las mujeres baten el abanico contra su pecho al mismo compás que el marido ingiere cubatas domingueros?
¿Las mujeres se acicalan de la misma forma que su canijo luce chándal y carro en el lavadero automático?
Para el hombre el misterio de la eucaristía, el misterio de la resurrección, no son nada comparado con el misterio del mundo de la mujer.
Por eso la mujer acude al templo, a recrearse en el misterio; el hombre ya tiene el suyo en casa.
Y así, entre misterio y misterio, vamos procreando con la esperanza puesta en el cupón, las quinielas y la lotería ('joé' más misterios).

Toda una vida

Félix Bote ha muerto. Su presencia se ha diluido como el aire que escapaba de su trompeta, como la poesía que se deslizaba entre sus labios, acariciando con delicadeza el tiempo.
Mi suegro repite cada vez que los noticieros anuncian el fallecimiento de alguien "Dios nos libre del día de las alabanzas", del día en el que nos arrepentimos de no haber hecho nada porque esa vida que se rompe o que se acaba tuviera unos momentos de nuestra atención, de nuestro reconocimiento o cariño, y que tras dicho anuncio nos apresuramos en recomponer, porque los intereses, las veleidades no tienen sentido ya, no corremos el peligro de que alguien nos componga una canción, nos lance un poema o nos embadurne de color la cara.
Sobre el kiosko de la música del hotel Las lomas, en medio de las noches de verano, su presencia pasaba casi desapercibida, ensimismado, sin importarle otra cosa que la agilidad de sus dedos, la transparencia de su voz y la brisa de la noche. La sordina imponiendo con dulzura las emociones del artista hasta enamorar a las estrellas.
Mientras, fuera, en los jardines de todos los hoteles del mundo, la algarabía de los tragos, la pose de la hipocresía.
Recuerdo una multitudinaria cena de empresa en la que Chendy y Félix amenizaban la velada. Su música sobrevolaba dulcemente canapés, rodajas de morcón, langostinos, jamón, y el etcétera largo que todos imaginamos. Nadie prestaba atención. Pero a medida que la cena progresaba, a medida que los allí presentes dejaban de importarse unos a otros, la trompeta y la voz de Félix se fueron imponiendo desde la delicadeza, desde la verdad silenciosa, desde el eco de la emoción que todos aquellos bocazas habían perdido en medio de negocios, reuniones, bancos y burocracia. Y su música, su arte, se hicieron protagonistas absolutos hasta convertir a todos aquellos 'infieles' a una religión en la que Félix era el mejor de los sacerdotes, todo un cardenal.
Y es que Félix maduró al sol del arte y perteneció a la élite de los pioneros. A esa pandilla de descerebrados que se empeñan en desbrozar la inmunda selva que la monotonía de los días hace crecer permanentemente y en la que inmediatamente, una vez abierto el camino, aparecen los listos, los aprovechados de turno.
Pero a esa pandilla le importa un bledo que otros se enriquezcan a costa de su tozudez, buscarán otras selvas que desbrozar, porque abrir caminos es lo que realmente les importa.
Muchos, los auténticos, vuelven a su tierra, que es selva virgen, en lugar de dedicarse a difundir las maravillas de la misma desde los púlpitos dorados, desde el glamour de los salones de moda.
Vuelven a vivir su arte y a sembrarlo de forma discreta por cada rincón de la geografía extremeña, mezclándose con la autenticidad de la gente.
Vuelven deseosos de dar todo el capital intelectual y emocional que han acumulado por esos mundos, entregárselo a los suyos para abonar la sementera.
Pero los suyos ya están en otra cosa y pasan del punto. Están haciendo méritos para conseguir las medallas, todas las medallas de Extremadura que a diario bruñimos para deslumbrarnos el ombligo con su falso brillo.
Los pioneros sólo alcanzan la gloria de seguir solos, de abrir caminos para otros desde el olvido.
¿Como se puede tocar la trompeta, o cantar, desde y sobre el silencio y aguantar "toda una vida"?

17 sept 2007

# 010


A veces los hechos insignificantes se hacen grandes en el silencio, en la observación callada, en el día a día.
Si usted no ha pasado por esta puerta desconocerá a qué edificio pertenece. Una puerta es muy poco importante como para reparar en su existencia, salvo que ésta le impida el paso.
Durante años, pasar a la zona de alcaldía en el Ayuntamiento de Mérida, cruzar esta puerta, era imposible sin el previo control y consentimiento del policía que la custodiaba.
Desde la llegada al gobierno de la nueva corporación, está abierta continuamente y el acceso a la alcaldía es totalmente libre.
Son las diferencias de entender lo público y la administración de las libertades, de las diferentes personas que gobiernan una ciudad.
Hay que ser muy zoquete para creerse que el espacio —físico e intelectual— desde el que uno trabaja para los ciudadanos, le pertenece. Ser el administrador del cortijo no te convierte en propietario, estás al servicio del que realmente lo es.
Pero estos son los matices que marcan la convivencia y la idiosincrasia de los pueblos, de la gente que entiende que es mucho más importante el respeto de las libertades, que otras cuestiones que anteponen los intereses privados a los generales.
Al dueño del cortijo se la puedes pegar una, dos y más veces, pero al final descubrirá que el administrador en el que ha confiado le está engañando.
Por eso, esta puerta abierta es un símbolo para todos los que creemos en los valores de la convivencia y el respeto.
Pero además es todo un ejemplo para tanta dependencia oficial desperdigada por el país, por el mundo, a la que no es posible acceder sin el previo proceso de control e identificación, argumentan —al estilo George Walker Bush— cuestiones de seguridad. Miedo 'palcuerpo'

10 sept 2007

# 016


Perder un ser querido siempre es una desgracia, una tristeza. La pena se instala en nuestro corazón, en nuestros adentros y se queda prendida durante largo tiempo.
Si quien nos deja ha mantenido un pulso con el arte, ha bregado con los entresijos de la creación, nos abandona algo más que el amigo o el hermano, se nos mueren además las emociones de ese territorio compartido desde el que la realidad parece insignificante, porque es el territorio de las emociones universales, de los sentimientos comunes, está más allá de la monótona realidad de lo cotidiano, más lejos y más alto que la vileza diaria de las relaciones, se nos mueren parte de nuestros sueños.
Domingo Vargas sabía mucho de lo que hablo, sabía que la emoción del arte alivia el dolor de la crueldad de unos contra los otros, las fatiguitas del hambre y del desamor. Domingo mamó música, se alimentó de compás, para hacerse grande. Sabía que el arte dignifica y otorga ese título que no se encuentra en ninguna universidad.
También lo sabía Rafael Ortega y ambos supieron hacer del arte, además, su alimento físico, mezclar los sueños con la realidad, un arte en sí mismo.
La vida siempre sabe a poco para todos, pero especialmente para aquellos que luchan día a día por disfrutar y volcar hacia los demás la pasión del arte, la vida se convierte en un sin vivir por encontrar las claves y transmitir la satisfacción de lo encontrado, del sentimiento puro de la creación.
Y en esa carrera, unos antes, otros después, pero todos sin excepción, encontramos de repente la nada, un vacío por el que el artista lucha infatigablemente por dejar lleno.
¡Va por ustedes!

Otra feria y otras ilusiones son posibles

Las ferias como hoy las conocemos son una consecuencia de una forma de entender la vida y los negocios de una sociedad determinada, en un tiempo concreto. Hoy conviven abuelos, hijos y nietos con percepciones tan distintas de los eventos sociales que se desconocen entre sí.
A pesar de ello todos coinciden en lo sustancial, en disfrutar de unos días de desmadre, cada cual según su forma de entender la fiesta. Este punto de encuentro es el que ha permitido que todavía arrastremos modos y costumbres anquilosadas en la inercia, la rutina (como en casi todo) y, fundamentalmente, en la poca imaginación del entramado social que la pone en marcha permanentemente.
La evidencia dicta señales de falta de identidad, de necesidad de cambio en el esquema que heredamos de nuestros abuelos. Porque año tras año los mecanismos que se utilizan para intentar renovarla se dirigen siempre en el mismo sentido (como en casi todo), en la dirección de cerrar espacios y encerrar a la gente en ellos, de acotar y señalar diferencias sociales y de impedir que la libre circulación del capital emocional fluya libremente sin condicionamientos, eso sí, fresquitos, con mucho aire acondicionado.
Algo está fallando. Cuando uno está a gusto con su gente, con el ambiente, cualquier excusa es buena para iniciar la fiesta, porque la predisposición a ella casi nunca falta y el espacio o las condiciones en el que se desarrolla importan muy poco, la diversión se desenvuelve en el espacio mental (como casi todo) y ese milagro sucede a diario, en la selva o en los Campos Elíseos.
Pero en esta sociedad del consumo se está sustituyendo la iniciativa personal por la mercadotecnia y por sus rutinas de temporadas, el 3x2 y la semana fantástica, vacaciones de verano, puente de semana santa y el todo incluido. Así las cosas, cada vez son más los que cambian su capacidad de imaginar por la comodidad de elegir lo que otros han decidido.
Por eso la juventud —que siempre es tiempo de contestación— se revela e inventa el botellón, no podía ser de otra forma en una sociedad en que lo lúdico prima sobre cualquier otro valor. Por eso, porque los jóvenes son doctores en placer —casi no conocen otra cosa—, no pueden conformarse con una feria anclada en el siglo XIX consecuencia de la celebración de los buenos negocios hechos con el trasiego de vacas, equinos, ovejas y cochinos.
Y esa exigencia juvenil merece hacer rejuvenecer a la ciudad en todos los aspectos. Ya que los cambios parecen utopías, practiquemos el ejercicio de ampliar las miras y dejar de contemplarnos ese ombligo instalado en la barriguita cervecera o bajo la bata de guatiné, que los tiempos son eternos y lo único que puede cambiar es nuestro coco y la forma de aproximarnos a ellos.
Ir de sitio en sitio no ha supuesto una mejora de la feria, sencillamente ha dado facilidades a los coches y a la evacuación intestinal, pero el sentido de la feria sigue siendo el mismo y eso es precisamente lo que hay que tratar de actualizar.
Y la actualidad viene marcada por la extraña lucidez de unos ciudadanos que no tienen nada que celebrar en común, nada que no sea esa sensación de saturación y búsqueda compulsiva, permanente y caprichosa del placer por el placer. Una sociedad así sólo puede aspirar a lo que tiene sin plantearse siquiera la existencia de otras formas, de otras excusas para estar juntos y celebrarlo. Por eso es necesario crear un revulsivo que la haga reaccionar a la mediocridad de los días.
La ubicación actual es un lugar excelente y privilegiado para rediseñar un espacio que tenga como protagonistas a los ríos que le rodean: Albarregas y Guadiana —contrariamente al planteamiento actual que les da la espalda—, y desde este concepto construir una auténtica isla urbana de fiesta y ocio ­—comunicada con el mundo por AVE— en torno a una enorme plaza que se extienda más alla de la orilla y ocupe los ríos con escenarios, terrazas flotantes, plataformas multiusos, etc, que en todo el recinto se hicen velas inmensas orientables y toldos que den sombra a cualquier hora del día, un espacio lleno de árboles y zonas verdes, de fuentes, de difusores, de canales y juegos de agua obtenida del río que refresquen de manera natural.
Tenemos ante nosotros un momento histórico para unificar los proyetos que sobre dicho espacio se levantan (caseta de la juventud) o se pretenden levantar (CODAM, estación AVE) de forma aislada, ajenos unos a otros y crear un único proyecto que genere un sorprendente espacio de fiesta, ocio y comunicación único en Extremadura, situado en una zona céntrica y aislado al mismo tiempo del resto de la ciudad.
Crearemos así las condiciones adecuadas para que la gente, todo tipo de gente, encuentre ese espacio común, libre de reductos privados y sin estridencias sonoras, desde el que sentirse a gusto y hacer estallar la chispa que indica el comienzo de la fiesta. Habremos convertido lo que solo era un descampado, una feria de pueblo, un botellón inmundo, en un hito histórico.
Dejemos de mover la feria de acá para allá y movamos la imaginación, ¿nos atrevemos?