Desde que tengo uso de razón mis sentimientos hacia Extremadura han sido los mismos. Haber viajado, vivido y sobrevivido en otros lugares de España y del mundo te hace llegar a una conclusión fácil: en todas partes cuecen habas. Haber nacido y crecido en Extremadura no imprime carácter de nada, uno es ante todo.
Así que opté por el abrazo maternal, por la sencillez, casi primaria, que Extremadura me había aportado siempre. Y lo hice de forma consciente, con la claridad que siempre he tenido al tomar decisiones trascendentales en mi vida.
Por eso intuía el camino y muy poco de lo imprevisto ha sucedido, que suceder suceder ¿qué sucede? Aparecer o desaparecer, el resto es camino hacia ninguna parte. Y en ningún sitio de los sobrevividos he tenido la sensación que me da Extremadura, siempre con el horizonte tozudamente presente, unas veces de encinas, otras de viñedos, olivos, forraje o rastrojo.
Y son los horizontes los que te hacen arrugar el entrecejo y mirar como de reojo, temeroso de que encuentres una posibilidad para atravesarlos, y resulta que ese día tienes una pereza tremenda, a sabiendas de que si no es ahora mañana será nunca.
Tarde siempre, porque los otros miran hacía el horizonte del yo ansioso y están especializados en arrebatar emociones que no saben procurarse. Torpes y fieles, listos y sabijondos, ciegos de mirarse en el espejo de lo de fuera, porque no les pone la herencia de la pana y la vertedera. Que siempre añoraron los salones iluminados por delicados emparedados de lentejuelas.
Por eso me volví, apagué las estrellas y con la maleta de las esperanzas vacía, aterricé a las orillas del Guadiana. Busqué mujer y hembra a la que fertilizar y me senté a contemplar la colección de los horizontes cercanos.
Escogí el de ser yo mismo y adiviné un futuro cargado de abandonos inmaculados, perversas resonancias y lujosos olvidos.
Y viví con la mirada puesta en la besana, contemplando amaneceres y desapariciones ajenas.
Sembrando surco a surco y recolectando para apagar el hambre innecesaria, el capricho de la borrachera del mimetismo, del ser ajeno.
Me sobraron marcas para reconocerme y cigüeñas para sobrevolar dehesas preñadas de riqueza privada, chaleres con depuradas aguas, charcas en las que jugaba de pequeño que se volvieron inaccesibles, peces que huyeron mar adentro buscando el Guadiana.
Todo los horizontes se llenaron de logotipos, cada uno con su marca, cada uno con su güe, ca güe con su discurso y "todos y todas" boquiabiertos tras el parabrisas del toterreno, gozando como nunca del ser lo que tienes, volviendo la espalda a las razones que alimentaron siglos a la nobleza innobilaria, la que no entendía de palacios, de corte ni de concubinas, la del jornal al despuntar el alba, la del medio en la taberna y la ropa limpia y recién planchada del día de fiesta.
Extremadura está extrañada, porque en sus entrañas se disputan los sillones las bellotas y las castañas. ¡Qué extraña hazaña seguir viviendo como si nada! ¡Qué patraña, qué disloque! Espabila que vienen las oposiciones a la junta que te junta y a vivir que son dos días.
Y aquí me quedé, sentado en la puerta, saludando al vecino, gruñendo pa mis adentros, que andamos todos bastante jodidos a la espera del próximo crédito, que al fin y a la postre uno vive de lo que añora y no de lo que tiene.