Las ferias como hoy las conocemos son una consecuencia de una forma de entender la vida y los negocios de una sociedad determinada, en un tiempo concreto. Hoy conviven abuelos, hijos y nietos con percepciones tan distintas de los eventos sociales que se desconocen entre sí.
A pesar de ello todos coinciden en lo sustancial, en disfrutar de unos días de desmadre, cada cual según su forma de entender la fiesta. Este punto de encuentro es el que ha permitido que todavía arrastremos modos y costumbres anquilosadas en la inercia, la rutina (como en casi todo) y, fundamentalmente, en la poca imaginación del entramado social que la pone en marcha permanentemente.
La evidencia dicta señales de falta de identidad, de necesidad de cambio en el esquema que heredamos de nuestros abuelos. Porque año tras año los mecanismos que se utilizan para intentar renovarla se dirigen siempre en el mismo sentido (como en casi todo), en la dirección de cerrar espacios y encerrar a la gente en ellos, de acotar y señalar diferencias sociales y de impedir que la libre circulación del capital emocional fluya libremente sin condicionamientos, eso sí, fresquitos, con mucho aire acondicionado.
Algo está fallando. Cuando uno está a gusto con su gente, con el ambiente, cualquier excusa es buena para iniciar la fiesta, porque la predisposición a ella casi nunca falta y el espacio o las condiciones en el que se desarrolla importan muy poco, la diversión se desenvuelve en el espacio mental (como casi todo) y ese milagro sucede a diario, en la selva o en los Campos Elíseos.
Pero en esta sociedad del consumo se está sustituyendo la iniciativa personal por la mercadotecnia y por sus rutinas de temporadas, el 3x2 y la semana fantástica, vacaciones de verano, puente de semana santa y el todo incluido. Así las cosas, cada vez son más los que cambian su capacidad de imaginar por la comodidad de elegir lo que otros han decidido.
Por eso la juventud —que siempre es tiempo de contestación— se revela e inventa el botellón, no podía ser de otra forma en una sociedad en que lo lúdico prima sobre cualquier otro valor. Por eso, porque los jóvenes son doctores en placer —casi no conocen otra cosa—, no pueden conformarse con una feria anclada en el siglo XIX consecuencia de la celebración de los buenos negocios hechos con el trasiego de vacas, equinos, ovejas y cochinos.
Y esa exigencia juvenil merece hacer rejuvenecer a la ciudad en todos los aspectos. Ya que los cambios parecen utopías, practiquemos el ejercicio de ampliar las miras y dejar de contemplarnos ese ombligo instalado en la barriguita cervecera o bajo la bata de guatiné, que los tiempos son eternos y lo único que puede cambiar es nuestro coco y la forma de aproximarnos a ellos.
Ir de sitio en sitio no ha supuesto una mejora de la feria, sencillamente ha dado facilidades a los coches y a la evacuación intestinal, pero el sentido de la feria sigue siendo el mismo y eso es precisamente lo que hay que tratar de actualizar.
Y la actualidad viene marcada por la extraña lucidez de unos ciudadanos que no tienen nada que celebrar en común, nada que no sea esa sensación de saturación y búsqueda compulsiva, permanente y caprichosa del placer por el placer. Una sociedad así sólo puede aspirar a lo que tiene sin plantearse siquiera la existencia de otras formas, de otras excusas para estar juntos y celebrarlo. Por eso es necesario crear un revulsivo que la haga reaccionar a la mediocridad de los días.
La ubicación actual es un lugar excelente y privilegiado para rediseñar un espacio que tenga como protagonistas a los ríos que le rodean: Albarregas y Guadiana —contrariamente al planteamiento actual que les da la espalda—, y desde este concepto construir una auténtica isla urbana de fiesta y ocio —comunicada con el mundo por AVE— en torno a una enorme plaza que se extienda más alla de la orilla y ocupe los ríos con escenarios, terrazas flotantes, plataformas multiusos, etc, que en todo el recinto se hicen velas inmensas orientables y toldos que den sombra a cualquier hora del día, un espacio lleno de árboles y zonas verdes, de fuentes, de difusores, de canales y juegos de agua obtenida del río que refresquen de manera natural.
Tenemos ante nosotros un momento histórico para unificar los proyetos que sobre dicho espacio se levantan (caseta de la juventud) o se pretenden levantar (CODAM, estación AVE) de forma aislada, ajenos unos a otros y crear un único proyecto que genere un sorprendente espacio de fiesta, ocio y comunicación único en Extremadura, situado en una zona céntrica y aislado al mismo tiempo del resto de la ciudad.
Crearemos así las condiciones adecuadas para que la gente, todo tipo de gente, encuentre ese espacio común, libre de reductos privados y sin estridencias sonoras, desde el que sentirse a gusto y hacer estallar la chispa que indica el comienzo de la fiesta. Habremos convertido lo que solo era un descampado, una feria de pueblo, un botellón inmundo, en un hito histórico.
Dejemos de mover la feria de acá para allá y movamos la imaginación, ¿nos atrevemos?